El sol del Puerto de Carboneras (Almería) hierve el cuartel de la Guardia Civil donde pasan las horas Paco y Marcial. Están sentados de cara a un ventanal con los pies apoyados encima de la mesa.El reloj ya marca las tres y media y los dos se quejan sin parar porque todavía no han comido. Es que “si uno no llena el estómago, no rinde, Paco, no rinde!”. Marcial es el más expresivo de los dos. A Paco le ruge la tripa, pero se lo toma con un poquito más de filosofía y se dedica a soñar con unos calamares a la romana o “mejor unas gambitas a la plancha con su ajito y su aceitito”.
A través del ventanal ven la proa de un barco pesquero que asoma por el horizonte. En cubierta está Mohammed, que aparece detrás de un catalejo. Después de jurar en arameo le comunica a Abdul el motivo de su disgusto. Contra toda previsión, a la hora de la siesta en Alemería hay dos Guardias Civiles en su puesto de trabajo. Llaman a sus contactos para retrasar el encuentro y bajan a la bodega a buscar un par de cajas de ostras.
Paco y Marcial esperan en el muelle ojeando un libro de banderas. Miran el barco, miran el libro. Barco, libro, barco, libro. “Pues yo no encuentro la santa bandera ésta, Paco, ya lo pondrá en su documentación”. Paco asiente pero dice con toda razón que nunca está de más preguntar por el país de los extranjeros para hacerles sentir bien.
Después de revisar los papeles de los pesqueros argelinos (“Ah! Claro, si ya lo había notado yo en el acento!”)los agentes de la benemérita se percatan de que el barco no tiene permiso para atracar en Almería. Así que se dirigen a discutirlo con los marineros en cuestión. Mohammed y Abdul se excusan diciendo que tienen un problemita en el motor. Paco y Marcial saltan automáticamente regalando consejos a diestro y siniestro basados en la experiencia de sus cuñados, padres, tíos segundos y cualquier otro caso ligeramente parecido que les viniera a la cabeza. Los argelinos les agradecen el gesto, pero les dicen que un mecánico profesional de su tripulación ya se está ocupando del problema. Y que no se preocupen que no tardará mucho. Además, ellos iban de paso a Portugal e insinúan, con una sonrisa, que quizás no haga falta informar a las autoridades sobre su presencia en el Puerto de Carboneras. Los agentes guardan silencio durante unos segundos sopesando la proposición. Mohammed interrumpe sus pensamientos comentando de pasada que mientras se arregla el motor ellos pensaban descansar en el muelle tomándose unas ostras que traen en la mercancía de primerísima calidad. Paco les hace repetir, “unas qué???”. Abdul abre una de las cajas que lleva bajo el brazo y asoman las ostras más grandes, jugosas y frescas que Marcial y Paco hayan visto en sus casi cincuenta años de vida. Se miran con la boca abierta.
Dos cajas de ostras y tres botellas de champagne son el resultado de la hermandad argelino-almeriense, que termina con un paseo turístico por el barco pesquero. Paco y Marcial salen del buque con un par de cajas de gambas y unas sonrisas de oreja a oreja.
De vuelta al cuartel, el general Campillo les estaba esperando desde hace rato. Nada más verle, la pareja se excusa con una coartada que inventan sobre la marcha. Pero la creatividad de estos amantes del marisco no está en su punto álgido y la falta de paciencia de su superior tampoco ayuda. Campillo les pregunta por el barco pesquero que acaba de llegar y les ordena que le enseñen la documentación. Paco y Marcial revuelven todos los papeles y carpetas del cuartel y después de dejarlo como si hubiera pasado un huracán, se les ocurre que o bien se han traspapelado o ya se han tramitado, porque “, jefe, tenga usted en cuenta que la Guardia Civil es de una eficacia y rapidez extrema”. Campillo les sostiene la mirada en silencio y de pronto se fija en una bolsa que se ha quedado en la puerta. Se dirige hacia ella y saca dos cajas de 4 kilos de gambas cada una. En la tapa hay unas líneas escritas y firmada por Mohammed y Abdul. Campillo pone el grito en el cielo y sale disparado hacia el buque.”Dejarse embaucar por unas gambas, señor, por unas gambas! Como si no tuvieran nada que llevarse a la boca, mamelucos!”. En Almería, los sobornos de pescado se combaten con toda la fuerza de la Ley.
Después de declaraciones, multas e incluso amenazas de inhabilitación, Marcial y Paco por fin vuelven al cuartel, donde recuerdan los hechos con perspectiva. “Mi mujer puso las gambas con arroz y bien, lo que se dice bien, no me sentaron”, se queja Paco. Las gambas gabardina de Marcial tampoco le libraron de unas cuantas visitas al cuarto de baño. “Si es que, teníamos que haber pedido mejillones, que son mucho más seguros. Los cueces, se abren y te lo comes. No se abren, ahí se quedan”, reflexiona Marcial. Paco recuerda una receta de su mujer en voz alta y acuerdan que el domingo que viene comen juntos, en familia. Y cierran el trato brindando con una cervecita, que estamos en Almería y hay por lo menos 32 grados.
Recreación dramática y exagerada de:
http://www.elmundo.es/elmundo/2010/10/01/andalucia/1285931559.html
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