Archivo | octubre, 2010

Virgulilla

25 Oct

Sólo es una tecla entre el centenar de ellas que aporreo cada día. Insignificante a primera vista, como todas las demás. Pero es mi preferida y a la que más he echado de menos en este tiempo que he estado fuera. Porque cuando ella no está, el «cuñado que regaña al niño por arañar su caña» se convierte en el «cugnado que regagna al nigno por aragnar su cagna». No tengo nada en contra de los gangosos, pero muy elegante no queda. Una pierde las ganas de escribir, por ejemplo, sobre la España cañí, porque sin mi querida «ñ» se quedaría en «la original y auténtica madre patria» como pobre eufemismo. Pierde el efecto, coño. Conyo, conno, cono. Comparen ustedes mismos.

Pero he vuelto y he recuperado a la » ñ» y a su virgulilla. Ahí está, al lado de la «l», donde ha estado siempre y de donde nunca nadie la debió mover. A cambio de este rescate he tenido que pagar el precio de perder las ß, por ejemplo, y de intercambiar “z”s por “y”s, porque en el teclado alemán están en puestos distintos. Así que en las revisiones de mis textos, me encuentro con frases como el yapato del cónzuge, cuando quiero decir el zapato del cónyuge (no sé cuándo ni para qué querría algún día decir eso). A esto hay que sumarle que con tanto cambio de teclado también me he dejado por el camino la costumbre de escribir los signos de exclamación e interrogación de apertura.

Tras mucho pensar, he llegado a la conclusión de que mis erratas y faltas gramaticales son, por lo tanto, culpa de vosotros, crueles diseñadores de teclado de ordenador, que jugáis con los hábitos inconscientes de los viajantes. Liberada ya mi conciencia de toda culpa exijo una satisfacción al mundo por el sobreesfuerzo realizado para adaptarme a los teclados y por el amargo tiempo separada de mis “ñ”s.

Añado  un post-data porque más de uno se lo va a preguntar: sí, la palabra virgulilla la he aprendido hoy. Gracias Wikipedia por hacernos parecer más sabios.

Ho, ho, vamos al zoo

17 Oct

El fin de semana pasado estuve observando a tres osos pardos en el zoo de Madrid.  Básicamente se dedican a arrastrarse por una pequeña isleta donde les han instalado sus cuidadores. No tienen muchas más posibilidades. Su patio de recreo  está levantado sobre un foso de una profundidad que no me atreví a medir. La otra opción de divertimento para ellos está al otro lado de la barandilla que les cerca. Esto es, centenares de manos tirándoles cacahuetes a los morros y haciendo aspavientos para que «saluden o algo».

Por supuesto, señora, usted dispare flashes a discreción, porque no hay nada más agradable que recibir una luz intensa en los ojos cada cinco segundos, 200 veces al día, 350 días al año. Y traiga más cacahuetes, por favor. Son el alimento base en la pirámide alimenticia de un oso pardo para que pueda hibernar sin preocupación. Donde estén los panchitos que se quiten los salmones de 10 kilos.

Maletas

4 Oct

Viajar de vuelta a casa después de haber estado una temporada larga en otro país supone regresar al hogar,  los amigos, la familia… Pero por encima de todos estos reencuentros, el viaje de vuelta implica empaquetar: ordenar, doblar, revisar, dejarse algo olvidado y cerrar la maleta.

Hacer el equipaje consiste en meter todos los kilos posibles en la maleta de mano (“empuja  bien que así se hace más espacio”) y acomodar el resto en la maleta oficial, rogando para que no llegue a los 20 kilos. Con el tiempo uno acumula demasiadas pertenencias, gracias a excusas bastante pobres, pero irrefutables para uno mismo. “Hay que comprárselo ahora, porque luego en España no hay y para cuando llegue ya cuesta el doble”. Seguro.

Esta vez me he propuesto llevar todos mis bienes en un solo viaje. Así que  he tomado la audaz determinación de lavar y planchar la ropa para que esté bien aplastadita. Por qué malgastar los últimos días en una ciudad viendo amigos, dando paseos o recordando bares, si puedes emplear una jornada en estas apasionantes tareas del hogar!

Por si me quedo dormida mirando las vueltas del centrifugado y por lo tanto ésta primera táctica no funciona, tengo otra alternativa en mi plan de ejecución. Se trata de trabajar un semblante que dé tantísima pena y genere tanta compasión que los azafatos no se atrevan a perturbar mi último momento en la ciudad con nimiedades tales como un exceso de kilos. Hay que imaginarse un drama tipo “siempre nos quedará París” y repetírselo un par de veces para interiorizarlo bien. Así se refleja en la cara. “Nunca podré volver a esta ciudad, donde he dejado el amor de mi vida y la felicidad que he sentido en estos meses no podré si quiera rozarla en ningún otro momento de mi, desde ahora, descarriada vida”. Que se enrojezcan los ojos es casi obligatorio y si se consigue una lágrima… Hasta 25 kilos, sin dudar. Eso sí,  es muy importante secársela y bajar la cabeza como si  pretendieras que nadie se fijara en tu profunda melacolía. Pero no lo suficiente como para que, de hecho, nadie la vea. Cuando tengas la tarjeta de embarque ya puedes ser feliz de nuevo.

Mis dotes como actriz han cosechado bastante éxito en grandes escenarios, como Barajas y Heathrow. Pero esta vez el contrincante es un peso pesado. Me enfrento a la disciplina, rigidez y obstinación de los empleados del aeropuerto de Colonia-Bonn. Espero salir airosa, aunque será duro. Si no, habrá que hacer una estricta selección de basura y reciclaje delante del mostrador y montar un mercadillo improvisado. Suerte y al toro!

Barriga vacía no tiene alegría

3 Oct

El sol del Puerto de Carboneras (Almería) hierve el cuartel de la Guardia Civil donde pasan las horas Paco y Marcial. Están sentados de cara a un ventanal con los pies apoyados encima de la mesa.El reloj ya marca las tres y media y los dos se quejan sin parar porque todavía no han comido. Es que “si uno no llena el estómago, no rinde, Paco, no rinde!”. Marcial es el más expresivo de los dos. A Paco le ruge la tripa, pero se lo toma con un poquito más de filosofía y se dedica a soñar con unos calamares a la romana o “mejor unas gambitas a la plancha con su ajito y su aceitito”.

A través del ventanal ven la proa de un barco pesquero que asoma por el horizonte. En cubierta está Mohammed, que aparece detrás de un catalejo. Después de jurar en arameo le comunica a Abdul el motivo de su disgusto. Contra toda previsión, a la hora de la siesta en Alemería hay dos Guardias Civiles en su puesto de trabajo. Llaman a sus contactos para retrasar el encuentro y bajan a la bodega a buscar un par de cajas de ostras.

Paco y Marcial esperan en el muelle ojeando un libro de banderas. Miran el barco, miran el libro. Barco, libro, barco, libro. “Pues yo no encuentro la santa bandera ésta, Paco, ya lo pondrá en su documentación”. Paco asiente pero dice con toda razón que nunca está de más preguntar por el país de los extranjeros para hacerles sentir bien.

Después de revisar los papeles de los pesqueros argelinos (“Ah! Claro, si ya lo había notado yo en el acento!”)los agentes de la benemérita se percatan de que el barco no tiene permiso para atracar en Almería. Así que se dirigen a discutirlo con los marineros en cuestión. Mohammed y Abdul se excusan diciendo que tienen un problemita en el motor. Paco y Marcial saltan automáticamente regalando consejos a diestro y siniestro basados en la experiencia de sus cuñados, padres, tíos segundos y cualquier otro caso ligeramente parecido que les viniera a la cabeza. Los argelinos les agradecen el gesto, pero les dicen que un mecánico profesional de su tripulación ya se está ocupando del problema. Y que no se preocupen que no tardará mucho. Además, ellos iban de paso a Portugal e insinúan, con una sonrisa, que quizás no haga falta informar a las autoridades sobre su presencia en el Puerto de Carboneras. Los agentes guardan silencio durante unos segundos sopesando la proposición. Mohammed interrumpe sus pensamientos comentando de pasada que mientras se arregla el motor ellos pensaban descansar en el muelle tomándose unas ostras que traen en la mercancía de primerísima calidad. Paco les hace repetir, “unas qué???”. Abdul abre una de las cajas que lleva bajo el brazo y asoman las ostras más grandes, jugosas y  frescas que Marcial y Paco hayan visto en sus casi cincuenta años de vida. Se miran con la boca abierta.

Dos cajas de ostras y tres botellas de champagne son el resultado de la hermandad argelino-almeriense, que termina con un paseo turístico por el barco pesquero. Paco y Marcial salen del buque con un par de cajas de gambas y unas sonrisas de oreja a oreja.

De vuelta al cuartel, el general Campillo les estaba esperando desde hace rato. Nada más verle, la pareja se excusa con una coartada que inventan sobre la marcha. Pero la creatividad de estos amantes del marisco no está en su punto álgido y la falta de paciencia de su superior tampoco ayuda. Campillo les pregunta por el barco pesquero que acaba de llegar y les ordena que le enseñen la documentación. Paco y Marcial revuelven todos los papeles y carpetas del cuartel y después de dejarlo como si hubiera pasado un huracán, se les ocurre que o bien se han traspapelado o ya se han tramitado, porque “, jefe, tenga usted en cuenta que la Guardia Civil es de una eficacia y rapidez extrema”. Campillo les sostiene la mirada en silencio y de pronto se fija en una bolsa que se ha quedado en la puerta. Se dirige hacia ella y saca dos cajas de 4 kilos de gambas cada una. En la tapa hay unas líneas escritas y firmada por Mohammed y Abdul. Campillo pone el grito en el cielo y sale disparado hacia el buque.”Dejarse embaucar por unas gambas, señor, por unas gambas! Como si no tuvieran nada que llevarse a la boca, mamelucos!”. En Almería, los sobornos de pescado se combaten con toda la fuerza de la Ley.

Después de declaraciones, multas e incluso amenazas de inhabilitación, Marcial y Paco por fin vuelven al cuartel, donde recuerdan los hechos con perspectiva. “Mi mujer puso las gambas con arroz y bien, lo que se dice bien, no me sentaron”, se queja Paco. Las gambas gabardina de Marcial tampoco le libraron de unas cuantas visitas al cuarto de baño. “Si es que, teníamos que haber pedido mejillones, que son mucho más seguros. Los cueces, se abren y te lo comes. No se abren, ahí se quedan”, reflexiona Marcial. Paco recuerda una receta de su mujer en voz alta y acuerdan que el domingo que viene comen juntos, en familia. Y cierran el trato brindando con una cervecita, que estamos en Almería y hay por lo menos 32 grados.

Recreación dramática y exagerada de:

http://www.elmundo.es/elmundo/2010/10/01/andalucia/1285931559.html